El Pueblo

por Nuria De Espinosa

El viejo autor evocaba su infancia en sus conferencias. Sus primeras obras literarias que hablaban sobre la vida en el campo, los aperos de labranza y hierro forjado, eran, en realidad, su propia infancia rodeada de labriegos arando y cultivando la tierra.

Explicaba sus recuerdos emocionado: «las mujeres bajo el techo del porche tejiendo al amparo del sofocante calor. Y como al anochecer la plaza del pueblo se llenaba de mujeres charlando tranquilamente, mientras los esposos jugaban una partida de cartas en la taberna y los niños correteaban alrededor de la fuente jugando al pilla-pilla»

Añoraba aquellos días y el sosiego del pueblo. Las grandes urbes, decía: son un enorme altavoz del claxon de los coches, botellones, peleas, tráfico y la música de los que tampoco respetan el sueño de los demás. Por ese motivo nunca quiso dejar el pueblo.

Se sentía un poco triste porque ya quedaban apenas una docena de habitantes y estaba convencido que cuando a todos les llegue la hora de dejar este mundo; el pueblo morirá con ellos.

Las conferencias suponían para él, una manera de concienciar a los jóvenes.

«No se puede perder la España pueblerina, donde el aroma del café es intenso. El olor de la madera en el fuego de las chimeneas es acogedor y donde se respira aire limpio sin contaminación.

Un lugar en el que por las noches sólo se oye de vez en cuando el pito del sereno y el ladrar del perro que lo acompaña. Soy testigo inexorable de las noches y su silencio.»

Tras la conferencia, regresó de nuevo a su amado y tranquilo pueblo:» El Saladillo».

Siempre se preguntó el porqué del nombre puesto que allí no había salinas. Los más ancianos comentaban que se le puso el nombre gracias a un forastero que se instaló después de la guerra en el pueblo. Un hombre solitario pero de gran corazón que construyó muchas casas, la escuela; derribada durante la guerra civil, y la iglesia quemada por los republicanos.

Su nombre era Juan Salado Gómez, y por lo avispado y nervioso que era trabajando a alguien se le ocurrió decirle «Saladillo» y cuando falleció de una neumonía, decidieron los ediles por unanimidad, cambiar el nombre del pueblo «La Parca» por el de «El Saladillo».

Juan fue un hombre bueno con todos, que invirtió su dinero en crear su lugar de descanso lo más hermoso posible, ya que tras la guerra el pueblo estaba con más de la mitad de las casas derruidas.

Construyó una preciosa fuente en la plaza del pueblo, y cuando se enteraba que alguien del pueblo estaba enfermo llamaba al médico y corría con los gastos. Juan no merecia haber muerto tan joven, pues al morir contaba con apenas 58 años.

Germán, el conferenciante era famoso por sus publicaciones, algunos de sus libros llegaron a editarse hasta 10 ediciones. Pero él se negaba a dejar su pueblo natal. El lugar donde nació, se crió, y en el que se encontraba tan agusto.

Cansado y tras comer un trozo de pan con queso y un buen café, se recostó sobre la cama. Desde la bóveda de su habitación, podía ver las estrellas. Pensó en lo hermoso que se veía el cielo de noche y como la luna resplandecia. Escuchó el apreciado silencio que reinaba en el pueblo, y poco a poco sin pretenderlo, se quedó dormido bajo la luz de las estrellas que penetraban por la bóveda.


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Autor entrada: Pedro Polo

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