Los Helados del Príncipe

Por Alex Machado

Los helados del príncipe

Erase una vez que se era, en un país muy, muy lejano, un rey con un hijo colmado de atenciones desmesuradas, antojos imposibles y regalos superficiales.

Tal era el consentimiento del monarca con el príncipe, que por los mentideros de la corte se contaban por cientos las ejecuciones de los fracasados emisarios enviados por el soberano a los rincones más lejanos del reino para satisfacer las extravagantes apetencias del heredero.

Una calurosa mañana, el vástago real, sediento de ajusticiamientos, solicitó a su padre la presencia de un heladero que le hiciera disfrutar con un sabor nada común que había aparecido en uno de sus sueños.
Ante el apremio de la demanda filial, y harto de las inmediatas y quejosas reclamaciones de su hijo, el rey mando llamar al cocinero real.

– Quiero un helado que sepa a rosas rojas – exclamo insultante el príncipe cuando el humilde lacayo de los pucheros se personó ante el trono.

El pobre cocinero, sintiendo su cabeza desprenderse del cuello, suplicó la ayuda de sus pinches para saciar la arrogancia del niño y, después de varias visitas al jardín de palacio, regreso cabizbajo con un recipiente que contenía una cremosa pasta de color bermellón.

Usando un cucharón de plata el príncipe se llevó a los labios el helado, hizo una mueca de repugnancia.

Cuando su padre también probó el mantecado, felicitó al cocinero por su agradable y conseguido gusto a rosa.

El heredero, sintiendo su soberbia mancillada, demandó un nuevo helado, que el chef y sus ayudantes lograron descubrir nuevamente.

Durante muchas jornadas el príncipe fue recitando degustaciones insólitas, hábilmente satisfechas por un cocinero cada vez más escaso de recursos.

Llegó un día en que en la sala del trono apenas podía entrar un recipiente más ya que el infante no quería que se le retirara ningún helado por si algún día decidía comer de él.

Aunque bien es cierto que rara vez probaba algo más que el bocado de aprobación.
Era tal la suma de sabores presentes en el salón, que el heredero no tenía capacidad de inventarse ninguno más y dudaba que pudiera existir algo distinto a todo lo que se encontraba ante él.

– Cocinero, has colmado mis expectativas creando miles de helados para mí. Aún así tengo una última petición – dijo mirando a su padre que asintió por última vez ante el capricho de su hijo- quiero probar algo nuevo. Te ordeno que al menos crees otros cien sabores para mí. Sorpréndeme o serás ejecutado inmediatamente!

Tras un momento de vacilación, el chef arrancó de las manos la cuchara real a un sorprendido príncipe y con un rápido y hábil gesto la introdujo en el puchero que contenía el helado de sabor a coco dulce para seguidamente mezclarla con parte el que estaba repleto de una crema sabor piña tropical.

El Rey se adelantó a su atónito primogénito y se ofreció a probar aquella mezcla. Reconociendo con solemnidad que aquel sabor era distinto a cualquiera que hubiera probado nunca.

Ante aquel golpe de ingenio y supervivencia, y tras observar los millares de recipientes que les acompañaban, el príncipe se dio cuenta de cuan mezquina y vacua que había sido su existencia.

Entre lágrimas de colores imploró el perdón de sus súbditos.

Y fueron felices y comieron un helado nuevo cada día.

Autor entrada: Pedro Polo

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